jueves, 22 de mayo de 2008

Km. 0


Un gran cantautor dijo una vez, en uno de sus interminables conciertos, que tenemos una relación ambigua con la ciudad en la que vivimos, una relación de amor y de odio.

Este lugar antes no me gustaba nada. El viento siempre soplaba de cara. Era muy molesto caminar por estas calles con el viento azotándote el rostro. Además, siempre arrastraba hojas secas y arena, que te entraban en los ojos. Así que no solía venir mucho por aquí.

Este lugar siempre me ha resultado agobiante, plagas de humanos caminando hacia todas las dimensiones del espacio permitidas por la fuerza descubierta por un tal Newton en su Gran Bretaña natal. No era muy agradable no dar ni un paso en condiciones normales y chocar con todo aquel que se pusiera por delante mientras que millones y millones de maquinas con ruedas rugían y gritaban en todas direcciones en un medio que debería estar reservado a los tranvías, los animales alados y a los cítricos amantes.


Tampoco me alegraba ver almas perdidas, imágenes especulares pintadas a carboncillo que representan la versión glacial de los habitantes de la otra ciudad, la que está en la superficie bajo los rayos del sol, pidiendo por una simple subsistencia y cuyo destello de ilusión en los ojos les había abandonado hace ya mucho tiempo. Siempre he aborrecido la frialdad que nos envuelve en esos momentos en los que el ser vivo se convierte en materia inerte durante breves segundos.

Las frías mañanas en la facultad yo casi nunca huía al bar y llegué a entender en la 3204 – B, que la realidad no es más que una interpretación de los impulsos nerviosos por parte del cerebro. Pido perdón puesto que esto es un artículo literario, pero como le dijo el escorpión a la tortuga, no puedo evitar ser lo que soy y mis escritos normalmente han sido artículos científicos alejados del arte que supone componer relatos juntando letras del abecedario dando como resultado un puzzle de un precioso cuadro de Van Gogh. La percepción de los lugares no depende solamente de las características del lugar, sino que es el resultado de sumar todos los elementos que forman parte del conjunto (lugar, personas, estados de ánimo, pensamientos). Cada momento vivido es un sistema independiente en sí mismo, es un paquete discreto que contiene una instantánea del espacio-tiempo compuesta por todo lo que pensamos y sentimos en ese instante, el lugar en el que estamos y las personas que nos acompañan.

Pero en este lugar también hay rincones y secretos escondidos, arduos de encontrar en sus recónditas calles u ocultos por la neblina oscura del agobio imperante que reprime una visión clara del escenario.


Jamás pensé que podría descubrir un maravilloso oasis árabe con aroma a manzana carbonizada y a té de hierbabuena y escaparme de este mundo acelerado y sin frenos durante un tiempo al menos. Nunca imaginé que a la Libertad se le podría asignar un número y qué cantautores de todas las clases y lugares acudieran allí a darle liberación a sus letras. Desconocía que era posible que en la azotea de una Universidad situada en un edificio medio en ruinas pudiera existir un café bohemio con vistas a las antenas de coral de los tejados, ventanales de buhardillas y sobrevolados por abejarucos que nunca han de cesar en su vuelo. En absoluto llegué a creer que coincidiría en el mismo lugar con cierto cantante de voz rasgada sin que ese hecho alterara mi ánimo tornándolo a una ira contenida.

Parece mentira que nunca me hubiera tomado un chocolate con churros en un lugar tan tradicional y castizo, eso sí con la preocupación de volver a ser embaucados por un hombre de pálida cara, fotógrafo y pintor especialista en inmortalizar en el aire un instante en el tiempo y vendértelo en forma de cuadros y fotografías que en la vida podrás ver.


Quién me iba a decir que entraría en una librería de mujeres regentada por una adorable abuelita, probablemente cohibida durante el franquismo, y cuya pequeña tienda es nada más y nada menos que una clara representación de lo que supone ser una mujer. No obstante, para percatarse de esto último, igualmente se puede realizar un viaje en el tiempo hasta los años 70 en el barrio de Chamberí y ser espectador de las envidias provocadas por unos boletos de lotería.

El viento ha cambiado. Ahora sopla por la espalda. Limpia las calles a su paso, te empuja a avanzar. Si te sacudes la arena que tenías en los ojos, el viento se la lleva, y ya puedes ver con claridad. Ahora me gusta venir aquí. Sólo ha hecho falta que cambiase el viento.

5 comentarios:

Totoro dijo...

Muy bonito. Últimamente estas sembrado. No se si tu apreciación a cambiado a raíz de tu viaje a Lisboa, o ha sido fruto del toque femenino.

Ya me llevaras a comprar libros a la abuelita y a tomar churros en el centro de Madrid.

George dijo...

A mí también me ha gustado mucho, sobre todo como empieza y como acaba.

Como dice Totoro, a ver si nos llevas a nosotros!.

Anónimo dijo...

Gracias por vuestras palabras commmmpañeros de blog!!me alegra que os haya gustado!!Ok ya os llevaré un dia comer un churricos majos y a que totoro se compre algo en la libreria de mujeres, puesto que ya se compra cremitas y ropa pues no seria algo anormal (por cierto, había una cajita de Amelie muy cuca).

Totoro dijo...

Ya no me compro cremitas y ropa, eso se lo dejo a mi madre que yo para combinar soy un desastre. Ahora me compro tecnología, cuanto más nuevo mejor, y libro-cds de gomaespuma y cantautores varios.

Anónimo dijo...

Totoro te has convertido en George?jejeje. Las cremas hay que combinarlas?o te refieres a la ropa. Pues el libro cd de gomaespuma esta guapérico