sábado, 7 de abril de 2007

Lluvia oxidada sobre Bering IV: Ans


Ans es un lugar frío. Está relativamente cerca del río y rodeado por bosques, lo que hace que en invierno la temperatura y la humedad conformen un microclima incómodo y en verano el lugar sea, sin embargo, bastante agradable.

La casa de Marius es blanca. Está a las afueras del pueblo, y tiene un jardín, un jardín verde cubierto de césped y salpicado por los colores de las flores como el cuadro de un pintor que, pincel en mano, ha tenido un ataque de rabia frente a su último lienzo. Además, tiene una valla blanca de madera que Marius construyó él mismo. La casa, el jardín, la valla, son tres elementos que ocupan cada uno su lugar en un conjunto estéticamente idílico. A menudo, sin embargo, las fachadas idílicas esconden tras de sí dramas vitales encadenados y grises, al igual que una agradable interfaz gráfica puede esconder detrás un software imperfecto y defectuoso.

Casi todas las mañanas se encuadran dentro de una de dos subclases posibles, según si se trata de un día laborable o festivo, pero aquella mañana no era una cualquiera. Aquella mañana era especial, estaba impregnada de inquietud y angustia que avanzaban reptando por el aire. Marius se acababa de levantar y estaba preparándose una taza de café y unos panecillos con mermelada para desayunar. De repente, el teléfono sonó rasgando estruendosamente el tejido de la tranquilidad. Marius, extrañamente inquieto sin estar muy seguro de por qué, se levantó y descolgó el auricular.

-¿Dígame?

-Sí, soy yo.

-Sí…Priscilla Svensson…

-¿A la comisaría?. Claro…pero, ¿qué le ha pasado?.

-Vale, de acuerdo…estaré allí enseguida.

El tiempo que tardó Marius en salir por la puerta no fue muy superior al que tardó la taza de café en estrellarse contra el suelo.

Seis horas más tarde, en una cafetería de Blankenberge, un sollozante Marius trataba de hallar algún tipo de consuelo frente a una taza de té y su amigo Ives. Su realidad se acababa de teñir de gris oscuro, el color de la inquietud que se había expandido por las tres dimensiones de su espacio como el universo justo después de estallar.

En cualquier caso, Marius ya arrastraba de por sí un nutrido saco de preocupaciones que permanecían en su sitio sin hacer demasiado ruido, como una pequeña piedrecita en una zapatilla de deporte. Llevaba mucho tiempo cargando su saco, tanto tiempo que a menudo olvidaba desde cuándo lo llevaba y creía haberlo llevado siempre. Era su saco, el que llevaba a todas partes, y la idea de deshacerse de él se había ido diluyendo en los momentos, que transcurrían irregulares ante sus ojos como un sigiloso desfile.
Precisamente la costumbre había hecho habitual el peso de la carga, y aquella tarde, con la súbita llegada de aquel acontecimiento, ya era como si tal carga no existiera en absoluto. Su corazón estaba tan anegado por la marea de aquel suceso repentino que no podía sentir nada más.

-Tranquilo, Marius…no desesperes, no ha podido ir muy lejos. – Ives miraba a su amigo con notoria preocupación.

La voz de Ives era como el rumor amortiguado de las olas de una playa irreal escuchado desde una habitación con las ventanas cerradas. La marea dentro de Marius no retrocedió ni un centímetro escuchando esas palabras.

-¿Sabes qué es lo que más me preocupa, Ives?. Que no ha podido ser por voluntad propia. Ella no haría una cosa así.

Mientras tanto, la comisaría central de policía de Blankenberge comenzaba a distribuir la imagen de la señorita Svensson entre el resto de comisarías del país. Pris se encontraba oficialmente desaparecida.


(Continuará)

2 comentarios:

Totoro dijo...

Lo vuelvo a decir, ponte a escribir un guión.

George dijo...

Quién sabe, lo mismo este verano en Estados Unidos (lo de Nueva Zelanda ha sido imposible) la noche neoyorquina me sirve de inspiración y vuelvo con un guión en el portátil jejeje.